domingo, 4 de octubre de 2015

Critica a Sortu

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Tanto el discurso político de Sortu, como sus acciones a nivel social son equivalentes a las del ala “izquierda” del PSOE zapateril, salvo en una cuestión, la nacional. No hay ningún elemento que evidencie que su política tenga como fin algo parecido a una organización social coherente con los postulados socialistas. Su objetivo es uno: disputarse con el PNV cada cuatro años el gobierno de Euskal Herria. Es decir, obtener en Euskal Herria el espacio político que el PSOE tiene en el estado español. O dicho de otra manera, llegar a ser el PSOEH.

Para ello sus dirigentes pretenden construir una hegemonía “izquierdista” dentro del orden burgués, en el plano estricto de la representación electoral. No ponen en cuestión ni el reparto del trabajo ni la propiedad de los medios de producción, tampoco la estructura política que le corresponde al pueblo vasco más allá del aspecto territorial. El toque social de su programa es lo más cercano al socialismo que pueden pretender sus simpatizantes. Si ahora mismo no hay una crítica generalizada de la deriva ideológica entre la militancia abertzale, es por una simple razón: la fuerte filiación emocional que han provocado décadas de represión, asesinatos, encarcelamientos y torturas. Quizá surja un renovado juicio crítico entre las bases cuando cese la represión, o quizá ese juicio crítico esté ya herido de muerte. De todas formas, el último fracaso electoral en la CAV es fruto de la apatía de la gente al comprobar la utilización que han hecho sus dirigentes del poder institucional. No así en Navarra, a cuyos dirigentes aún no les ha dado tiempo a defraudar.

Los medios de comunicación afines al partido, como el Gara y la plataforma Naiz, constituyen la necesaria propaganda de la que se valen para ir moderando posturas en el trayecto hacia el paradigma de la socialdemocracia europea. Su postura otanista respecto al conflicto en Ucrania, así como el desplazamiento de la sección de economía de periodistas que aún hoy creen en la emancipación proletaria, son muestra de ello. Con un análisis mínimamente riguroso del contenido, cualquiera puede darse cuenta de que estos medios de comunicación aspiran a ocupar en Euskal Herria, el mismo espacio mediático que el grupo Prisa en el estado español. El ya muy trillado (y también ficticio) concepto de Nuevo tiempo político les sirve para justificar la pasmosa ausencia de cualquier crítica seria al sistema político y social.

Los líderes de Sortu utilizan maquiavélicamente la falsa paradoja violencia/vías pacíficas, cuando para la mayoría de las bases no existe tal conflicto, sino otro mucho más profundo: el que opone un verdadero movimiento popular, obrero y asambleario (minoritario), frente a la aceptación resignada de los mecanismos políticos que sustentan la economía neoliberal, ya que, entre otras razones, cuando hablan de vías pacíficas se refieren exclusivamente al voto. Hacen hincapié en el plano ético y eluden la explicación política de la violencia, apelando a la conciencia individual para la consecución de una unidad, que negando el debate público de esta cuestión en concreto, les permita la mayoría parlamentaria. Pero el hecho de que hace unos años no condenaran el asesinato de un colega del pleno municipal, y ahora condenen y juzguen intolerable una pintada en un batzoki da cuenta de su parámetro ético. También de su coherencia. En la renuncia de la violencia, han incluido también la renuncia de los ideales por los que se luchó de muchas formas, las más de las veces pacíficamente. Toda iniciativa de protesta que venga desde la base es marginada salvo que pueda ser utilizada para obtener réditos electoralistas, de este modo convierten la lucha política en una suerte de folclore carnavalesco que tiene que ver más con la construcción de una identidad vacía, que con la voluntad real de las personas que sudan y sangran para ganarse la vida.

Cuando se trata de entrar a fondo en el aspecto ético al que obliga la violencia que ha derivado del conflicto, se mantienen en una equidistancia descarada e hipócrita que les permite desentenderse de muchos de los que fueron compañeros de lucha y continúan represaliados, al tiempo que repiten una y otra vez el mantra de los derechos humanos, concepto ambiguo y abstracto donde los haya. Tan útil es para justificar la invasión de Irak como para pedir la libertad de Leopoldo López. En el miserable juego de la democracia burguesa, los dirigentes de Sortu entienden que también ha de valer para solicitar cortésmente al gobierno el acercamiento de los presos. Cualquier cosa con tal de no entrar en el fondo del asunto, no vaya a ser que la gente empiece a pensar realmente la cuestión política. Además, han de guardarse las formas ya que la nueva casta de políticos, funcionarios y liberados de toda índole han de procurarse un talante moderado. Mientras, el pueblo es despojado de toda responsabilidad y derecho a hablar.

La estructura orgánica de Sortu es vertical y no difiere mucho de la del resto de partidos al uso. Las decisiones se toman desde arriba y luego se trasladan a las bases para que a nivel local se actúe en consecuencia. Es decir, a los militantes les toca ejecutar las resoluciones que han tomado en otro centro, no les corresponde a ellos proponer ideas o estrategias, mucho menos definir la línea política del partido. La propuesta de un militante de base cualquiera, simplemente no entra en el debate porque cualquier campaña que se emprenda, cualquier tipo de manifestación, propaganda, acción… lo deciden esos pocos que se encuentran mucho más cerca de Madrid que del taller o de la cola del paro. Mientras personas capaces y con buenas iniciativas son marginadas sistemáticamente, los que se pliegan de forma obediente a las directrices, los que no cuestionan nada nunca, van medrando en el partido y obteniendo cargos de importancia en reconocimiento a los servicios prestados. Por eso los que forman la cúspide de la estructura orgánica y demás cargos electos suelen ser pedantes e intelectualmente mediocres, gentes cuya función no es sino reproducir dócilmente el absurdo ideológico y el artefacto institucional que le niega la libertad a Euskal Herria, si la gente aún les vota es más por un sentimiento de identidad que por la asunción crítica y racional de su programa. Además tienen la desvergüenza de hacer todo esto sin palancas y de día, a la vez que se jactan de democracia interna y hablan de pueblo como sujeto de decisión.

Dentro del partido hay personas que no ocultan sus intenciones de vivir de la política, ya no está mal visto el apego a las poltronas, tampoco el parasitismo de lo público, otrora tan criticado a los peneuveros. Por supuesto la rotación de los cargos no existe, ni tan siquiera por aquello de disimular. El objetivo marcado por la élite abertzale es la sustitución de la oligarquía burguesa del PNV, por otra más progre, cívica y juvenil, con unas gotitas de feminismo y otras de ecologismo (movimientos sociales legítimos de los que solo conservan el nombre con fines electoralistas), y también las gotitas de lo que haga falta, pues lo que les importa ya no son las ideas, sino el espacio electoral susceptible de ser conquistado.

No existe margen de maniobra dentro del parlamento, tampoco en el gobierno municipal ni en la diputación, lo repiten una y otra vez cerca de nuestros oídos, en voz baja, cuando salen del pleno. Sin embargo, todo el sacrificio, todas las horas y el trabajo de la militancia, está encaminado a multiplicar el número de culos que caben sentados en esos asientos, cuya mera existencia es el testimonio de una derrota histórica, la derrota del movimiento obrero durante las décadas de los setenta y los ochenta. Las buenas intenciones se convierten así en la expresión de la impotencia. La apatía y la desilusión surgen en el seno de los colectivos, asambleas… a nivel local, porque no existe un debate que establezca unas prioridades, porque no hay una discusión seria y profunda en torno a qué es lo que se quiere y cómo se puede hacer. La dinámica cotidiana es acatar el programa y no salirse de la ruta marcada, evitar el juicio racional y autónomo de personas libres. Y para estimular este mal hábito sin que nadie se salga del redil, los políticos tienen una coartada: dicen que esto es muy serio y que estamos construyendo soberanía, con lo cual uno no puede hacer lo que le dé la gana… incluido pensar. Se trata de reproducir punto por punto lo que en la transición creyeron que le correspondía al pueblo vasco, renovar el marco, generar consenso, renegociar las competencias, ajustar parámetros simbólicos, etc. o sea, reconstruir una mayoría democrática que se pueda mantener pacíficamente asentada, bajo un mismo tipo de administración pero modernizada, y sobre los cadáveres de lo que un día fueron ideales de transformación.

Yo denuncio que los dirigentes de la izquierda abertzale están haciendo el trabajo sucio del estado español, han tergiversado no sólo el lenguaje, sino también las ideas con el fin de que una gran masa de población rebelde asuma la lógica canalla de la oligarquía neoliberal y el status quo del espectáculo de la política. Van a necesitar una ikurriña muy grande para tapar toda la mierda que están generando. No, a la asunción del orden burgués. No, a la desactivación política de la población. No, a la mediocre comodidad del individuo sobre un mundo absurdo.

                                                                                                      José Ortega Ruiz

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