El modo en el que la «Transición española» se impuso es bien conocido en Euskal Herria. El periodo que disecciona este libro de Luis Puicercús (1976-1983) empieza aquí con la matanza del 3 de Marzo en Gasteiz y llega hasta Joxean Lasa y Joxi Zabala, dos crímenes plenamente simbólicos. Sin embargo, mucho menos sabido y estudiado es lo ocurrido en el resto del Estado. ‘Imborrables, las víctimas ignoradas de la Transición’, de reciente publicación, cubre ese hueco y saca a la luz una realidad sencillamente apabullante.
Casos como el de Teófilo del Valle, de 20 años, muerto por disparos y golpes policiales en una manifestación laboral en Elda (Alacant); Manuel García Caparrós, de 18 años, fallecido en una marcha por la autonomía andaluza en Málaga; Juan Peñalver, de 60, destrozado por una bomba ultraderechista en la sede de la revista ‘El Papus’; Angel Valentín, de 24, acuchillado por fascistas en una manifestación independentista en Barcelona; José Andrés Fraguas, de 19, conserje de ‘El País’, víctima de un paquete bomba de la Triple A; los cuatro trabajadores muertos en un ataque ultra a la sala de fiestas Scala... y así, uno a uno, hasta 318.
Sobra decir que muchas de estas víctimas son vascas, crímenes conocidos y denunciados en Euskal Herria durante décadas, pero también hay algunos casos anexos que pueden sorprender. Por ejemplo, a Mario Marotta lo mató la Policía italiana en una protesta ante la Embajada española en Roma que respondía a la matanza del 3 de Marzo en Gasteiz.
El minucioso trabajo de Puicercús incluye también muertes perpetradas en Euskal Herria, aparentemente, sin connotación política, pero muestra de la política del «gatillo fácil» y la consiguiente impunidad. A Francisco Javier Alonso ‘El Paquito’ lo mataron en Burlata por no atender a gritos de «¡alto a la Guardia Civil!»; al agricultor José Javier Nuin le quitó la vida otro guardia civil en la discoteca Bordatxo de Doneztebe; a José Luis Otxoa lo atropellaron mortalmente policías de paisano en la gasolinera de Murgia en la que trabajaba... En la lista hay incluso un capitán de carguero, John Francis Wilkinson, ametrallado en Pasaia bajo la versión oficial de que «estaba implicado en un robo de dinero» y había atacado a agentes policiales.
No todos son hombres, entre las víctimas también aparecen numerosas mujeres y algunos menores de edad. Ambos factores se sumaban en Belén María Sánchez Ojeda, canaria de 16 años, atropellada intencionadamente en una manifestación de estibadores (su padre era uno de esos trabajadores en huelga). Juana Caso, sevillana de 25 años, murió en una «operación de escarmiento» policial. José Luis Muñoz Pérez, toledano de 15, en uno de los múltiples ametrallamientos en controles...
«Ley de Punto Seguido»
«Nos engañaron. Los idílicos relatos de la Transición no se corresponden con la realidad y no fue tan pacífica ni tan modélica como nos hicieron creer. Fue sangrienta», concluye este trabajo.
El título reivindica la necesidad de, al menos, memoria para unas víctimas que «quedaron ‘en tierra de nadie’, sin ningún tipo de reconocimiento». Aquí están sus nombres y apellidos, sus edades, sus fechas de nacimiento, sus fotografías en la mayoría de los casos, y sobre todo se describe cómo los mataron. Unas veces con plena intencionalidad; otras, en un puro sinsentido solo explicable desde la impunidad total.
El libro incluye varios prólogos de organizaciones que han colaborado con la investigación. Entre ellas, la fundación Euskal Memoria. Su presidente, Iñaki Egaña, recuerda que «en tan solo un año España pasó de ser un Estado totalitario, fascista, falangista y filonazi, según las descripciones, a un régimen de democracia formal. Jamás en la historia europea del siglo XX se había producido un hecho semejante, ni siquiera más tarde con la caída del Muro de Berlín. La administración, con sus policías, guardias civiles, oficiales del Ejército, funcionarios, altos cargos, etc., recibió un soplo divino para mudar sus convicciones. No fue, como alguna vez se ha dicho, la aplicación de una Ley de Punto Final, sino la de una de Punto y Seguido».
Un apunte final para el autor. Luis Puicercús estuvo preso en los últimos años del franquismo por su militancia en las filas del PCE (m-l), organización integrada en el FRAP. Compartió celda en Carabanchel con muchos vascos como Jon Idigoras e incluso participó en las clases de euskara en el penal, como rememoraba en entrevista de Daniel Galvalizi hace dos años.
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