Tanto el discurso político de Sortu, como sus acciones a nivel social son equivalentes a las del ala “izquierda” del PSOE zapateril, salvo en una cuestión, la nacional. No hay ningún elemento que evidencie que su política tenga como fin algo parecido a una organización social coherente con los postulados socialistas. Su objetivo es uno: disputarse con el PNV cada cuatro años el gobierno de Euskal Herria. Es decir, obtener en Euskal Herria el espacio político que el PSOE tiene en el estado español. O dicho de otra manera, llegar a ser el PSOEH.
Para
ello sus dirigentes pretenden construir una hegemonía “izquierdista”
dentro del orden burgués, en el plano estricto de la representación
electoral. No ponen en cuestión ni el reparto del trabajo ni la
propiedad de los medios de producción, tampoco la estructura
política que le corresponde al pueblo vasco más allá del aspecto
territorial. El toque social de su programa es lo más cercano al
socialismo que pueden pretender sus simpatizantes. Si ahora mismo no
hay una crítica generalizada de la deriva ideológica entre la
militancia abertzale, es por una simple razón: la fuerte filiación
emocional que han provocado décadas de represión, asesinatos,
encarcelamientos y torturas. Quizá surja un renovado juicio crítico
entre las bases cuando cese la represión, o quizá ese juicio
crítico esté ya herido de muerte. De todas formas, el último
fracaso electoral en la CAV es fruto de la apatía de la gente al
comprobar la utilización que han hecho sus dirigentes del poder
institucional. No así en Navarra, a cuyos dirigentes aún no les ha
dado tiempo a defraudar.
Los
medios de comunicación afines al partido, como el Gara
y la plataforma Naiz,
constituyen la necesaria propaganda de la que se valen para ir
moderando posturas en el trayecto hacia el paradigma de la
socialdemocracia europea. Su postura otanista
respecto
al conflicto en Ucrania, así como el desplazamiento de la sección
de economía de periodistas que aún hoy creen en la emancipación
proletaria, son muestra de ello. Con un análisis mínimamente
riguroso del contenido, cualquiera puede darse cuenta de que estos
medios de comunicación aspiran a ocupar en Euskal Herria, el mismo
espacio mediático que el grupo Prisa
en el estado español. El ya muy trillado (y también ficticio)
concepto de Nuevo
tiempo político les
sirve para justificar la pasmosa ausencia de cualquier crítica seria
al sistema político y social.
Los
líderes de Sortu utilizan maquiavélicamente la falsa paradoja
violencia/vías pacíficas, cuando para la mayoría de las bases no
existe tal conflicto, sino otro mucho más profundo: el que opone un
verdadero movimiento popular, obrero y asambleario (minoritario),
frente a la aceptación resignada de los mecanismos políticos que
sustentan la economía neoliberal, ya que, entre otras razones,
cuando hablan de vías
pacíficas
se refieren exclusivamente al voto. Hacen hincapié en el plano ético
y eluden la explicación política de la violencia, apelando a la
conciencia individual para la consecución de una unidad, que negando
el debate público de esta cuestión en concreto, les permita la
mayoría parlamentaria. Pero el hecho de que hace unos años no
condenaran el asesinato de un colega
del pleno municipal, y ahora condenen y juzguen intolerable una
pintada en un batzoki da cuenta de su parámetro ético. También de
su coherencia. En la renuncia de la violencia, han incluido también
la renuncia de los ideales por los que se luchó de muchas formas,
las más de las veces pacíficamente. Toda iniciativa de protesta que
venga desde la base es marginada salvo que pueda ser utilizada para
obtener réditos electoralistas, de este modo convierten la lucha
política en una suerte de folclore carnavalesco que tiene que ver
más con la construcción de una identidad vacía, que con la
voluntad real de las personas que sudan y sangran para ganarse la
vida.
Cuando
se trata de entrar a fondo en el aspecto ético al que obliga la
violencia que ha derivado del conflicto, se mantienen en una
equidistancia descarada e hipócrita que les permite desentenderse de
muchos de los que fueron compañeros de lucha y continúan
represaliados, al tiempo que repiten una y otra vez el mantra de los
derechos humanos, concepto ambiguo y abstracto donde los haya. Tan
útil es para justificar la invasión de Irak como para pedir la
libertad de Leopoldo López. En el miserable juego de la democracia
burguesa, los dirigentes de Sortu entienden que también ha de valer
para solicitar cortésmente al gobierno el acercamiento de los
presos. Cualquier cosa con tal de no entrar en el fondo del asunto,
no vaya a ser que la gente empiece a pensar realmente la cuestión
política. Además, han de guardarse las formas ya que la nueva casta
de políticos, funcionarios y liberados de toda índole han de
procurarse un talante moderado. Mientras, el pueblo es despojado de
toda responsabilidad y derecho a hablar.
La
estructura orgánica de Sortu es vertical y no difiere mucho de la
del resto de partidos al uso. Las decisiones se toman desde arriba y
luego se trasladan a las bases para que a nivel local se actúe en
consecuencia. Es decir, a los militantes les toca ejecutar las
resoluciones que han tomado en otro centro, no les corresponde a
ellos proponer ideas o estrategias, mucho menos definir la línea
política del partido. La propuesta de un militante de base
cualquiera, simplemente no entra en el debate porque cualquier
campaña que se emprenda, cualquier tipo de manifestación,
propaganda, acción… lo deciden esos pocos que se encuentran mucho
más cerca de Madrid que del taller o de la cola del paro. Mientras
personas capaces y con buenas iniciativas son marginadas
sistemáticamente, los que se pliegan de forma obediente a las
directrices, los que no cuestionan nada nunca, van medrando en el
partido y obteniendo cargos de importancia en reconocimiento a los
servicios prestados. Por eso los que forman la cúspide de la
estructura orgánica y demás cargos electos suelen ser pedantes e
intelectualmente mediocres, gentes cuya función no es sino
reproducir dócilmente el absurdo ideológico y el artefacto
institucional que le niega la libertad a Euskal Herria, si la gente
aún les vota es más por un sentimiento de identidad que por la
asunción crítica y racional de su programa. Además tienen la
desvergüenza de hacer todo esto sin
palancas y de día,
a la vez que se jactan de democracia interna y hablan de pueblo como
sujeto de decisión.
Dentro
del partido hay personas que no ocultan sus intenciones de vivir de
la política, ya no está mal visto el apego a las poltronas, tampoco
el parasitismo de lo público, otrora tan criticado a los peneuveros.
Por
supuesto la rotación de los cargos no existe, ni tan siquiera por
aquello de disimular. El objetivo marcado por la élite abertzale es
la sustitución de la oligarquía burguesa del PNV, por otra más
progre,
cívica y juvenil, con unas gotitas de feminismo y otras de
ecologismo (movimientos sociales legítimos de los que solo conservan
el nombre con fines electoralistas), y también las gotitas de lo que
haga falta, pues lo que les importa ya no son las ideas, sino el
espacio electoral susceptible de ser conquistado.
No
existe margen de maniobra dentro del parlamento, tampoco en el
gobierno municipal ni en la diputación, lo repiten una y otra vez
cerca de nuestros oídos, en voz baja, cuando salen del pleno. Sin
embargo, todo el sacrificio, todas las horas y el trabajo de la
militancia, está encaminado a multiplicar el número de culos que
caben sentados en esos asientos, cuya mera existencia es el
testimonio de una derrota histórica, la derrota del movimiento
obrero durante las décadas de los setenta y los ochenta. Las buenas
intenciones se convierten así en la expresión de la impotencia. La
apatía y la desilusión surgen en el seno de los colectivos,
asambleas… a nivel local, porque no existe un debate que establezca
unas prioridades, porque no hay una discusión seria y profunda en
torno a qué es lo que se quiere y cómo se puede hacer. La dinámica
cotidiana es acatar el programa y no salirse de la ruta marcada,
evitar el juicio racional y autónomo de personas libres. Y para
estimular este mal hábito sin que nadie se salga del redil, los
políticos tienen una coartada: dicen que esto es muy serio y que
estamos
construyendo
soberanía, con lo cual uno no puede hacer lo que le dé la gana…
incluido pensar. Se trata de reproducir punto por punto lo que en la
transición creyeron que le correspondía al pueblo vasco, renovar el
marco, generar consenso, renegociar las competencias, ajustar
parámetros simbólicos, etc. o sea, reconstruir una mayoría
democrática que se pueda mantener pacíficamente asentada, bajo un
mismo tipo de administración pero modernizada, y sobre los cadáveres
de lo que un día fueron ideales de transformación.
Yo
denuncio que los dirigentes de la izquierda abertzale están haciendo
el trabajo sucio del estado español, han tergiversado no sólo el
lenguaje, sino también las ideas con el fin de que una gran masa de
población rebelde asuma la lógica canalla de la oligarquía
neoliberal y el status
quo del
espectáculo de la política. Van a necesitar una ikurriña muy
grande para tapar toda la mierda que están generando. No, a la
asunción del orden burgués. No, a la desactivación política de la
población. No, a la mediocre comodidad del individuo sobre un mundo
absurdo.
José Ortega Ruiz
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