Iturbide y Zabala, historia de dos pistoleros del Batallón Vasco-Español que actuaron con absoluta impunidad hasta que al estado se le fue de las manos y hubo que detenerlos.
“Hay cosas que no se deben hacer en
nombre del estado, pero si se hacen, es mejor callarlas”. General Sáenz
de Santamaría, ex director de la Guardia Civil.
A pesar de que los autores principales
de los asesinatos que en las siguientes líneas vamos a abordar, fueran
finalmente detenidos y encarcelados, lo ocurrido entre 1979 y 1981 a lo
largo de los escasos 13 kilómetros que separan Astigarraga, en las
afueras de Donostia, de Andoain, al sur, constituyen uno de los ejemplos
más evidentes de la impunidad con la que la ultraderecha armada actuaba
en Euskal Herria pasados ya unos años desde que Franco estirase la
pata. Solo cuando el asunto era ya un absoluto clamor, las fuerzas de
seguridad del estado dieron fin a la actividad criminal de los actores
protagonistas de la serie de 7 asesinatos, a cara descubierta y con su
Seat 127 verde, así, sin disimulo, perpetrados por dos señores, de sobra
conocidos, que entraban como Pedro por su casa en el cuartel de la
Guardia Civil a pasar la tarde, con sus amigos de uniforme, entre
atentado y atentado.
Ignacio María Iturbide Alcain, “Piti”,
ya era sospechoso de participar en el ametrallamiento de la casa
familiar del forzosamente desaparecido “Pertur” o en el apaleamiento de
la madre y hermanas del fusilado “Txiki”. Íntimo del confidente policial
“Cocoliso” y guarda jurado en la empresa Orbegozo de Hernani, había
llegado a cobrar, durante varios meses, un sueldo de Policía Municipal
de Amorebieta-Zornotza, sin ejercer como tal. De hecho era a provocar y amenazar a lo que se dedicaba en el municipio, aunque su nombre no trascendiese a la prensa como parte del grupo desarmado por los lugareños
en alguno de sus desmanes violentos. Protagonista de agresiones con
cadenas, palos o bates y amenazas “pipa” en mano allí donde se
celebraban fiestas, lo mismo repartía carnets falsos, proporcionados por
sus contactos en el cuartel de la Guardia Civil de Gernika, entre sus
compañeros de andanzas, que salía de prisión en solo 5 meses tras
incendiar la sede del PCE y la del equipo de baloncesto del Askatuak en
Donostia. Antes de cometer los siete asesinatos que adornan su curriculum,
el ayuntamiento de Andoain le había dedicado algo más que unas líneas
en un dossier sobre los “incontrolados” de la zona, pero alguien decidió
mirar al tren pasar.
Ladislao Zabala Solchaga era 5 años más
joven que “Piti”. Su padre había sido vicepresidente de la Diputación
de Gipuzkoa durante el franquismo. Su abuelo materno, teniente general
con gran protagonismo en la represión mortal en el Rif y en Asturias,
sería después uno de los militares golpistas del 36. Lo que viene siendo
un hombre de buena familia, para entendernos.
Iturbide y Zabala debían estar cansados
de limitar su actividad a las simples agresiones o atentados contra
sedes de rojos y separatistas, así que se decidieron, o les animaron a
ello, a dar un pasito hacia delante.
La madrugada del 6 de mayo de 1979, José
Ramón Ansa Etxeberria, de 17 años, volvía a su casa de Urnieta tras
pasar el día en las fiestas de Andoain. Caminando por la carretera, un
coche paró junto a él, lo metieron dentro y tras preguntarle por varios
militantes de ETA, le volaron la cabeza dejando su cadáver tirado en la
cuneta. Reivindicó la Triple A, aunque lo de las siglas no era sino un
juego, ya que las mismas personas podían llegar a cometer atentados con
tres nombres distintos, como es el caso, dando así la impresión de que
iban absolutamente por libre, sin inductor, sin protector y sin pagador
detrás
.
De hecho el siguiente atentado mortal de
la pareja fue reivindicado como GAE. Fue el 28 de septiembre, cuando a
la salida de una sidrería en la que acababa de cenar en su pueblo,
Astigarraga, por entonces parte de Donostia, Tomás Alba Irazusta, de 42
años, fue asesinado de dos disparos
con una escopeta de caza. Miembro de gestoras pro-amnistía y
vicepresidente de la Federación española de balonmano, su condición de
concejal de HB no fue impedimento para que aún así y a pesar de que la
acción fuera reivindicada de la forma antes citada, se tratase de
vincular el atentado a la propia ETA, con motivo de las discrepancias de Tomás con la dirección de su partido
en asuntos relacionados con el Mundial de futbol de Naranjito y la
idoneidad de que Euskal Herria fuese sede del mismo. A pesar de haber
condena firme contra nuestros dos protagonistas por los dos asesinatos
de 1979, la AVT y sus voceros los siguen incluyendo en sus listados de víctimas de ETA
referidos a dicho año, junto a las 9 víctimas del “California 47”, cuya
autoría se atribuye oficialmente al GRAPO, que no a ETA, y a pesar de
los indicios de que fuese obra de elementos de ultraderecha, a Diego
Alfaro, asesinado por la Policía Nacional “por error”, a Salomé Alonso,
asesinada por la ultraderecha del Frente de la Juventud
en el bar El Parnasillo de Madrid y a José Luis Alcazo, víctima de
ultras hijos de militares, con bates y cadenas en el Retiro de Madrid.
Alucinante como las cuelan. Covite
al menos, igual de ruin en otras ocasiones, si tiene la decencia de
atribuir la muerte de Joserra Ansa y Tomás Alba a sus verdaderos
autores.
La tercera víctima del dúo que formaba
con Zabala fue Felipe Sagarna Ormazabal , de 42años, conocido como
“Zapa” por regentar una tienda de calzados en su pueblo, Hernani. Hacía 3
años había estado gravemente herido por un pelotazo de la policía en un
acto en favor de las ikastolas. La madrugada del 19 de abril de 1980,
había salido de copas por Urnieta con varios amigos. Él quería ir a un
“txoko” para tomar la espuela, pero sus amigos preferían una retirada a
tiempo, así que lo dejaron cerca de su portal. Al arrancar el motor del
coche escucharon dos disparos, los que acababa de recibir Felipe en la
cabeza. Lo encontraron en su portal, sobre un gran charco de sangre. Se reivindicó la acción como BVE (Batallón Vasco Español).
No pasaron ni cinco meses hasta la cuarta y quinta víctimas.
Ocurrió en Hernani la madrugada del 7 de septiembre de 1980. Miguel
Mari Arbelaitz Etxeberria “Portu” tenía 33 años y era padre de una niña
de año y medio. Luis Mari Elizondo Arrieta contaba 32 años. Ambos
eran simpatizantes de HB y amigos del anteriormente asesinado Felipe
Sagarna. Volvían a casa tras celebrar la despedida de soltero de un
amigo. Los dos pistoleros del BVE los dispararon con un arma cada uno,
rematándolos ya en el suelo. La Guardia Civil, cuyo cuartel estaba a
menos de 500 metros, tardó una hora en aparecer y no montó ningún
dispositivo en carretera hasta la tarde siguiente, cuando sus
“amiguitos” podrían estar ya en la tercera siesta. En una manifestación
en Donosti al día siguiente, los antidisturbios si se emplearon con más
empeño, hiriendo de un pelotazo a un niño de 11 años que disfrutaba del
sol en la playa de La Concha.
Una llamada al Diario Vasco reivindicó
en nombre del BVE el asesinato de dos miembros de ETA en la zona de
Andoain. El 14 de noviembre de 1980 se encontró en Urnieta el cadáver de
Joaquín Antimasbere Eskoz, chatarrero hernaniarra de 31 años. Estaba
tirado en una cuneta con tres disparos en la cabeza. La segunda supuesta
víctima, su primo, al que habían dado por muerto, salvó la vida.
Ninguno de los dos tenía vinculación alguna con ETA. Joaquín fue la
sexta víctima mortal de estos siniestros ultraderechistas. Al funeral de
Joaquín asistieron 5.000 personas, celebrándose posteriormente una gran manifestación.
Una semana antes, Iturbide y Zabala
habían disparado por la espalda en su bar de Hernani a Bittor Fernández
Otxoa, simpatizante de HB que quedaría paralítico.
También había pasado poco más de una semana desde el golpe de estado.
ETA, que calificó el 23F de autogolpe, había remitido a los medios un
plan de tregua, basado en la alternativa KAS y la ruptura definitiva con
el franquismo por parte del estado, valorado con optimismo por el
Gobierno Vasco. Ese mismo 3 de Marzo de 1981 Zabala e Iturbide
cometieron su séptimo asesinato en Euskal Herria. Francisco Javier Ansa
Zinkunegi , de 36 años, era un hombre solitario, con muchos problemas de
salud, cuyo hermano era teniente de alcalde por el PNV .
Esperaba en la
parada del bus de Andoain para desplazarse a la metalúrgica en que
trabajaba. Un coche se paró frente a él y dos encapuchados le dispararon
5 veces , acertando en su cabeza.
Un tercero, al volante, esperó y se fueron. Francisco Javier era
pariente de José Ramón Ansa, el primero de los siete asesinados. Al día
siguiente se detuvo por fin
a los dos ultraderechistas a los que todo el mundo conocía pero a
quienes se había dejado hacer durante tanto tiempo. Junto a ellos fue
detenido un tal Rogelio Carlos González Medrano, que antes de este
último atentado, arrepentido, había largado todo sobre el dúo del BVE.
Puesto en libertad en tres días, la prensa se encargó incluso de
blanquear su implicación en el grupo, mediante notas en las que se
desmentía lo antes publicado. Su chivatazo implicaba a más personas
además de los Iturbide y Zabala, siendo así que se llegó a detener a
Jesús Jiménez Cortázar, José Luis Jiménez Clavería y el ex guardia civil
Benito Santos Medina, otros tres ultras que por lo visto suministraban
armas a los dos autores materiales de los atentados, a pesar de lo cual
acabaron condenados a solo un año, pena que no conlleva ingreso en
prisión, por algo que a otros, de ideología contraria, les hubiera
supuesto un lustro en el trullo por colaboración con banda armada.
El Tribunal Constitucional autorizaría la libertad de Iturbide y Zabala, a pesar de su extenso currículo criminal,
al cumplirse 30 meses en prisión provisional desde su detención y sin
haberse celebrado juicio, aunque finalmente un recurso les mantuvo en la
cárcel hasta el juicio, que llegaría en junio de 1985. Allí quedó
acreditado como podían haber sido detenidos al menos antes de cometer
los dos últimos de los siete asesinatos, ya que el Juzgado de Tolosa
había dado orden de busca y captura por tenencia ilícita de armas contra
Ignacio María Iturbide el 27 de octubre de 1980. El problema es que
quien para la celebración del juicio había ascendido a Comisario general
de Información, Jesús Martínez Torres, se hizo el sueco y no los detuvo
hasta que el asunto se había descontrolado de una forma insostenible.
El abogado defensor pidió, sin sonrojarse, la absolución, alegando cosas
tales como que sus acciones terroristas fueron “a causa del miedo insuperable que tenían a los separatistas de ETA”. Iturbide y Zabala fueron condenados a 231 años
tras admitir que solían salir en el coche en busca de víctimas que
presumían tenían ideología contraria a la suya, guiándose en muchas
ocasiones por el aspecto externo de las personas para establecer sus
objetivos. En 11 años estaban en tercer grado, en 13 en libertad
condicional, libertad a fin de cuentas.
Ignacio Iturbide Alcain, “Piti”, volvió a ser detenido en Valencia en 1998, cuando por lo visto preparaba un secuestro junto a otros dos ultras, aunque les dejaron en libertad. Finalmente murió en 2.013.
Ladislao Zabala Solchaga llegó a fundar
“Patria Libre” con el también ultra y sobradamente conocido Ricardo
Sáenz de Ynestrillas. Murió dos años después que “Piti”, en 2015, recibiendo un homenaje con todos los honores por parte de los nenes y nenas del Hogar Social Madrid.
Ellos si pueden elevar categoría de héroe y enaltecer a los suyos
aunque cuenten con siete asesinatos en su haber. Es lo que tenemos y con
lo que nos toca lidiar. Es a lo que nos enfrentamos.
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