Con apenas 14 años, la menor fue secuestrada junto a su padre y fusilada. Antes de morir fue violada delante de su progenitor. Los verdugos, conocidos e identificados por los lugareños, nunca pagaron por sus crímenes.
Las bestias no tenían alma ni
corazón. Mucho menos piedad. Sólo les movía el placer de humillar y
matar, independientemente de la edad o situación de la víctima. Nada,
absolutamente nada, parecía detenerles. Maravillas Lamberto lo
experimentó en carne propia. Nunca mejor dicho. Nunca tan terriblemente
dicho. Tenía 14 años. Y ellos, los hombres-bestias con bandera
franquista, la violaron repetidamente delante de su padre. Cuando se
cansaron, o parecían cansarse, la sometieron por última vez. Y entonces
sí, también con su progenitor de testigo, la fusilaron. Para ella ni
siquiera hubo una cuneta: según distintos relatos, sus restos fueron
arrojados a los perros.
“La noche los vio entrar / eran hombres sin luz /
venían a todo gritar / eran la muerte azul”, dicen las primeras estrofas
de “Maravillas”, escrita y cantada por el músico navarro Fermín
Valencia. Este frío sábado de febrero, la canción-himno recorrió el aire gélido de Lezkairu,
uno de los barrios más nuevos de Pamplona. La emoción también estaba en
el aire, donde se mezclaba con la rabia y el dolor: desde esta mañana,
la plaza de esta zona de la capital navarra lleva el nombre de
Maravillas Lamberto. El acto, tan emotivo como simbólico, fue impulsado
por el ayuntamiento del cambio que lidera Joseba Asiron (EH Bildu).
En una Navarra que suma 3.500 víctimas del franquismo,
el nombre de esta niña resume los sufrimientos de cada una de ellas.
“Es un símbolo de la fuerte represión que hubo en este territorio”,
comenta a Público el presidente de la Asociación de Familiares de
Fusilados de Navarra (AFFNA-36), Jokin de Carlos Mina, también presente
en el acto. Junto a él estaba Josefina Lamberto, la única hermana de
Maravillas que aún vive y que entonces, cuando la muerte llegó a su
casa, tenía siete años. Es, por tanto, el último relato viviente del
horror vivido aquel 15 de agosto de 1936 en Larraga, el municipio
situado a unos 40 kilómetros de Pamplona donde vivía junto a su familia.
Era de noche. De repente, sonó la puerta. El mensaje
era claro: o la abrían, o la tiraban. Así lo advirtieron los dos
guardias civiles del puesto de Artajona que se presentaron en el hogar de la familia Lamberto.
“Hicieron levantar a mi padre, que estaba en la cama. Mi hermana
Maravillas, que sabía lo que estaba pasando esos días en el pueblo, les
preguntó qué le iban a hacer”, recuerda Josefina.
Los temores ya rondaban desde hacía varios días.
Vicente Lamberto, marido de Paulina Yoldi y padre de Maravillas,
Josefina y Pilar (ya fallecida), era un humilde campesino afiliado a
UGT. Con eso era suficiente para que los falangistas del pueblo lo
pusieran en la diana. Primero amenazaron con expulsarle de Larraga.
Luego optaron por ir a buscarle a casa, despertarle a punta de
metralleta y llevárselo para siempre. Maravillas pidió ir con él. Los
captores, que sabían cómo transcurrirían las horas posteriores, cogieron
a la niña y la subieron al camión. En este secuestro participaron,
además de los dos agentes de la Benemérita, el falangista Julio Redín
Sanz y otro hombre que fue identificado como “el hijo del churrero de
Larraga”.
El relato más terrible de la represión franquista en
Navarra se completa con una serie de hechos difíciles de describir con
palabras. Vicente fue encerrado en el calabozo del ayuntamiento, y
Maravillas fue subida a la Secretaría. Allí comenzaron las violaciones.
“En el pueblo cuentan que se oían sus gritos”, dice el presidente de
AFFNA-36. El calvario duró, como mínimo, lo que dura una noche de
verano. “A la mañana siguiente –apunta Josefina-, los vecinos vieron
salir a mi hermana con la ropa destrozada”.
Maravillas y su padre fueron llevados hasta el
término municipal de Ibiricu, situado a unos 40 kilómetros de Larraga.
Según reconstruye el historiador Iñaki Egaña en el libro “Los crímenes
de Franco en Euskal Herria. 1936-1940” (Editorial Txalaparta), el
vehículo se detuvo a la altura del kilómetro 12 de la carretera de
Estella a Etxarri Aranaz. “La volvieron a violar delante de su padre y
luego los mataron a ambos”, añadió De Carlos Mina a Público.
En ese contexto, Egaña incluye en su obra el
testimonio de un vecino de la zona que fue recogido en su momento por el
historiador navarro José María Jimeno Jurío. “Tardaron en descubrir el
cadáver de Maravillas una semana. Lo descubrieron por el olor. Era
verano, tiempo de mucho calor, y se descompuso. Además, los perros le
habían comido los gordos de las piernas. Porque estaba desnuda del todo.
Desnuda del todo. Eso ya nos acordamos bien. Hubo que matar a los
perros por eso. Tratamos de cogerla para llevarla a enterrar a esa
huerta nuestra, pero no se podía. Estaba destrozada por los perros y los
gusanos. Así que bajaron al pueblo, trajeron de la trilladora de
Ibiricu gasolina y la quemaron. No quedó nada de ella. Hasta el pueblo
bajó el olor de carne quemada”, describió el lugareño.
“Un ejemplo”
Siguiendo la tónica habitual, los autores de este
crimen disfrutaron la absoluta impunidad. De nada sirvió que en Larraga
todos conocieran sus nombres. En cualquier caso, Josefina se niega a
bajar los brazos. No lo hizo cuando era una niña y vio cómo se llevaban a
su hermana y a su padre. Tampoco cuando los franquistas, para aumentar
el dolor y el daño, les robaron la tierra que trabajaban. Su madre
incluso acabó en la cárcel. Tras ser puesta en libertad, se marchó a
vivir con sus dos hijas a Pamplona, la ciudad que hoy, por fin, dedica
una plaza a Maravillas.
“Su historia es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el nivel de brutalidad de un ser humano”
“La
muerte no fue capaz de sepultar tu mañana / ni podrá pintar de olvido
la acuarela de tu alma”, continúa la canción de Fermín Valencia que este
sábado volvió a conmover a los presentes en la plaza de Lezkairu.
“Desde el ayuntamiento hemos hecho distintas cosas en torno a la
memoria, pero posiblemente este acto sea, a nivel emocional, el más
sentido”, confesaba a este periódico el concejal de EH Bildu y tercer
teniente de alcalde Joxe Abaurrea, una de las personas que se involucró
para conseguir que la plaza de este barrio lleve el nombre de
Maravillas. “Su historia es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el
nivel de brutalidad de un ser humano –subrayó el responsable municipal-.
Del mismo modo, también nos muestra hasta dónde fue capaz de llegar el
régimen fascista”.
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