Cuando se les veía aparecer, los presos sabían que los asesinatos eran inminentes. El Padre Cid,
que tras el golpe fascista oficiaba misa en la tenebrosa cárcel Nueva,
en Valladolid (recientemente inaugurada por la República en junio de
1935), repetía una y otra vez que el desgraciado preso, antes de ser
fusilado por sus «pecados», recibiera la hostia consagrada y así,
aseguraba, su pesar sería más leve. Luego, en los casos en que el
fusilado dejaba a sus hijos solos, se encargaba de «reeducarlos» en el
patronato que fundó. Con el estallido de la Guerra Civil, en Valladolid,
feudo del derechismo, la represión fue tremenda: cuando las celdas y
patio de la cárcel Nueva se llenaron se tuvo que volver a reubicar a los
presos en la Vieja.
Florentino, cura de Bocigas,
acompañaba a las patrullas de asesinos. Al parecer, su objetivo era que
en el último instante los fusilados «confesasen sus pecados», que
debían ser gravísimos.
Así que muchos acudían junto a grupos de guardias falangistas. A veces marchaban de uniforme y pistola al cinto, como si fuesen imitadores del personaje del furibundo «Predicador». Bendecían las armas y a los más débiles de corazón les aliviaban sus pesares. Hubo hasta curas que fueron condecorados.
Algunos supervivientes y falangistas, que vieron en acción a los curas armados, aún los recuerdan,
unos con espanto y otros llenos de orgullo. Iban armados y, con la
llegada de las tropas, no dudaron en denunciar a vecinos, que fueron
fusilados, como la familia de Heraclio Conde. Uno de sus familiares lo
describe así: «Es un alegre clérigo… me lo imagino disparando trabucos y
no le cae mal la imagen… Cuando regresó a Valladolid y volvió a hacerse
cargo de la parroquia, denunció a aquellos vecinos que desde su punto
de vista eran “indeseables”. Anteriormente se había mostrado beligerante
con los sectores de la izquierda, y cuando se produjo el golpe colaboró
con eficacia: denunció personalmente a la familia de Heraclio Conde,
quien fue fusilado junto con sus dos hijos varones». Más aún: José de Rojas Martín,
otro párroco, que dirigía la iglesia de Castrillo Tejeriego,
supervisaba personalmente la lista de detenidos y próximamente
fusilados, dando el visto bueno.
Esta lista de «hombres de Dios» con crímenes de sangre (o una de tantas, pues los casos se repartieron por toda la geografía del país), ha sido recogida magistralmente por Orosía Castán, miembro del colectivo Verdad y Justicia. La historia, sin duda, estremece.
Aunque la Iglesia no alentó la lucha armada de sus curas, al menos
oficialmente, muchos fueron vistos fusil al hombro, dispuestos a acabar
ellos mismos con el comunismo y hacerles más rápida la ascensión a los
cielos o, posiblemente, según ellos, al mismo averno, a los «pecadores».
Salieron en patrullas, presenciaron los fusilamientos y, a veces, daban muerte ellos mismos.
Sin
embargo, la fotografía que durante décadas sin duda ha generado más
polémica es aquella en que se ve a un nutrido grupo de seminaristas
posando con fusiles en la plaza de toros de Pamplona. Parece que no
existe unanimidad acerca de cuándo se tomó, y también parece ser que
pudo haber sido mucho antes de la Guerra Civil, en la década de los
veinte. Y posiblemente fuese publicada en El Pensamiento Navarro o Diario de Navarra,
aunque en plena Guerra Civil volvió a ser difundida por la prensa
republicana, que la atribuyó a la labor paramilitar de los curas
fascistas.
¿Por qué razón posaron armados?
Hay quien apunta que puede tratarse de seminaristas realizando la
instrucción del servicio militar obligatorio, lo cual podría probarlo la
presencia de un instructor militar a la derecha de la imagen. Los
seminaristas, por aquellos años, solían hacer la instrucción militar
durante unas pocas horas y en varias semanas sin vestir uniforme militar
sino con sus propios hábitos talares.
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