La okupación suele tener como compañeras de viaje a las operaciones  policiales y la criminalización, pero, según dicen los miembros del  movimiento, su objetivo es materializar el derecho a la vivienda...   
     La okupación suele estar en la encrucijada entre la defensa de la  propiedad privada y la función social del uso de los espacios; entre el  daño que infligen al sistema económico y las administraciones públicas y  los beneficios que aportan a los vecinos de la zona. Pero ¿es delito  limpiar, pintar, reutilizar y dar vitalidad a un edificio abandonado?  ¿Puede ser delito si el objetivo de la acción es reivindicar y  materializar el derecho a la vivienda?
«El delito, por definición, es una conducta que, a juicio de la  sociedad, debe castigarse», responde el miembro de la Oficina de  Okupación de Bilbao y abogado Iñaki Carro. Aporta un dato llamativo en  torno a los casos de usurpación que ha examinado la Audiencia Provincial  de Bizkaia: en casi 200 sentencias, dos tercios de los jueces se han  pronunciado por el archivo o la absolución. Pone como ejemplo un caso de  principios de 2009, cuando juzgaron a veinte jóvenes que habían ocupado  una casa de la calle Ribera de Bilbao: «Todos reconocieron que habían  vivido en la casa y algunos incluso lanzaron un discurso político contra  la especulación. Ocurrió lo que esperábamos: la absolución.»
Así, ¿cuándo empieza y cuándo acaba el delito? «Normalmente, la clave  es que el edificio esté abandonado», explica el abogado. Sin embargo,  el concepto de abandono también puede ser subjetivo, incluso mensurado  desde la perspectiva temporal: «El Código civil considera abandono tener  el edificio sin utilizar durante un año; a mí me parece poco.  Normalmente, se habla claramente de abandono a partir de diez años.»  Pero, en opinión de Carro, los jueces consideran la dimensión  cualitativa, esto es, «que el edificio no cumpla su función social». En  efecto, ése es el límite, a juicio del abogado, que tiene la propiedad  privada. «La gente se equivoca si piensa que los propietarios tienen  derecho a tener la casa vacía. No existen derechos absolutos: la función  social de la propiedad debe respetarse, y dejar abandonada una vivienda  es contrario a ella, es hacer mal uso de la propiedad.»
Según la Oficina de Okupación de Bilbao, sólo en la capital vizcaína  hay 16.000 viviendas vacías. «Pero sólo sacan al mercado 200», explica  el abogado; a consecuencia de ello, el precio de alquileres e hipotecas  aumenta terriblemente. «Si hubiera una oferta de 16.000, serían más  baratos. Conscientes de ello o no, quienes tienen las casas deshabitadas  están subiendo los precios artificialmente.» El objetivo del movimiento  okupa es precisamente «luchar contra la espiral de la especulación». Y  así lo entienden los jueces. Carro explica que «el Código civil dice que  puedes convertirte en propietario de una casa si vives en ella 30  años». «En consideración a ello, los jueces concluyen que la okupación  no es delito.» «Al contrario», añade, para expresar que el delito  debería ser abandonar viviendas y especular con ellas. Habría base para  ello en la Constitución española: «el artículo 47 dice que todos los  ciudadanos tiene derecho a una vivienda y que los poderes públicos deben  regular el uso del suelo para evitar la especulación».
De las vías civiles a las penales
La legislación, empero, ha optado por criminalizar la okupación. En  1995, el Código penal español la tipificó como delito y, lo que hasta  entonces se había dirimido por la vía civil, pasó a la vía penal. «Da la  opción de imponer condenas de dos años y cuatro meses, pero nunca se ha  aplicado nada semejante», especifica el doctor en Ciencias Políticas  por la Universitat Autònoma de Barcelona y profesor de Sociología Robert  González, que ha investigado la influencia de la okupación en las  políticas públicas. El peor efecto que ha tenido ha sido en las  políticas sobre orden público: la represión. «Pero en el sistema  judicial ha habido críticas, considerando que, en lo tocante al derecho a  la vivienda, el legislador ha ido demasiado lejos en la defensa de la  propiedad privada.» Hay, por tanto, una gran diferencia entre lo que  concluyen los tribunales y lo que proclaman otras instituciones  públicas. González afirma que «los poderes públicos realizan sobre todo  discursos criminalizatorios, pero, en la práctica, el código penal jamás  se ha aplicado hasta el final». «Parece que el propio sistema se ha  percatado de que la represión contra este movimiento es desmesurada.»
A juicio del sociólogo, empero, esos discursos institucionales no son  casuales: «Son un intento de legitimar la represión contra el  movimiento. La okupación les hace daño, ya que denuncia las injusticias  del sistema capitalista.» «Obstaculizamos el modelo de ciudad que  aparece en las postales», añade Asier, miembro de la asamblea de  Kukutza, en alusión al Ayuntamiento de Bilbao: «llegamos a convertirnos  en un punto de referencia y eso les escocía». En septiembre desalojaron y  derribaron el 
gaztetxe  de Errekalde. Durante esos días,  Kukutza III se convirtió en símbolo del reconocimiento que tiene la  okupación en la sociedad y muestra de ello fueron las brigadas de  resistencia, el apoyo de los agentes y las protestas. «Se legitimó la  okupación», dice Asier, y añade que también cambió la mala fama del  movimiento: «Muchos pensaban que la okupación eran unos cuantos 
punks   que  te entraban en casa cuando estabas de vacaciones, pero creo que vieron  que somos gente normal, que hay pluralidad en el movimiento y que nos  une un problema: la falta de vivienda para los jóvenes y de espacios  públicos para crear y hablar». A su lado tiene a Ibai, también de  Kukutza, y a Gisèle, miembro del 
gaztetxe de 7katu de Bilbao. Más  allá del «impresionante eco mediático» de aquellos días, Gisèle  prefiere destacar el trabajo realizado durante trece años: «el apoyo de  la gente se obtiene con el trabajo cotidiano y así sucedió con Kukutza:  cuando empezó todo el jaleo casi la mayor parte del barrio estaba a  nuestro favor».
Fuera del País Vasco, a González, además de Kukutza, le quedaron  clavadas en la memoria las «manifestaciones gigantescas» contra el  desalojo del 
gaztetxe  Euskal Jai, que funcionó en  Pamplona entre 1994 y 2004: «Lograron amplio apoyo, por encima de las  campañas mediáticas y las declaraciones de los poderes políticos. Al  cabo, el discurso del movimiento okupa se compadece con el buen sentido  de muchos habitantes». Cita diversas investigaciones para confirmar que  el movimiento tiene «un alto nivel de simpatía, sobre todo porque se  percatan de la injusticia que denuncia». Por eso, al hablar de  legitimación social, el sociólogo distingue entre dos percepciones: por  un lado, la tendencia de la opinión pública, conducida por los grandes  medios de comunicación, y, por el otro, la de quienes viven cerca de los  edificios ocupados. Él también conoció Kukutza: «Los vecinos ven con  buenos ojos ese tipo de casas sociales: se han fortalecido durante  muchos años, funcionan abiertas al barrio, realizan actividades  plurales…». En el propio movimiento se trabaja esa convivencia. «En el  barrio, hemos trabajado mucho para explicar a los vecinos la idea de la  okupación», explica Gisèle, hablando de 7katu. Admite que recién ocupado  un local o un edificio los vecinos suelen tener miedo, «porque lo  gestionará la asamblea, porque esa asamblea la forman jóvenes…». Pero,  al final, la vida cotidiana demuestra su trabajo: «intentamos no hacer  demasiado ruido, nos reunimos con los vecinos, les decimos que vengan si  tienen problemas…».
Los que viven en el edificio recientemente ocupado en Dendarikale de  Bilbao también están «muy contentos», según el abogado Carro. Es  habitual: «cuando en una casa no vive nadie, hay mucha humedad,  suciedad, aparecen ratones, plagas, etc.».
Grietas en el sistema 
A juicio de Carro, es parte de la estrategia de muchas empresas:  «compran un edificio histórico y, como los ayuntamientos no les darán  permiso para derribarlo, esperan a que se caiga solo». La okupación les  malogra los planes, «les rompe el negocio». Esa grieta del sistema  capitalista es precisamente la que quieren activar, en palabras de Ibai:  «La especulación ha sido para muchos un modo fácil de lograr dinero y  el movimiento okupa ha actuado muy bien contra ese sistema. Tienen las  casas vacías y sin uso para especular. ¿Cómo actuar contra eso? Ocupando  y dándoles vida.» No obstante, en opinión de González, la okupación,  «desafortunadamente», no ha tenido mucha influencia en el ámbito de la  vivienda: «el sector de los constructores y las finanzas domina las  políticas de vivienda y el sector privado es muy cerrado al influjo de  los movimientos sociales». En cambio, la influencia del movimiento ha  sido más perceptible en las políticas públicas dirigidas a los jóvenes,  «a pesar de que la política no es un espacio nuclear». En muchos  lugares, los jóvenes han obtenido un espacio, mediante acuerdos con la  administración local. El sociólogo considera que esos acuerdos legitiman  al movimiento: «el hecho de dar un espacio demuestra que existía la  necesidad de ese espacio». El Local de Jóvenes de Deusto, en Bilbao,  acaba de cumplir veinte años así. En la misma época se acordó también el  Local de Jóvenes de Irala «y el ayuntamiento lo cerró de un día para  otro», como recuerda Gisèle: «hubo un cambio generacional, necesitaban  tiempo para ir aprendiendo, se estaban poniendo en marcha... pero el  ayuntamiento decidió que el proyecto no iba a ninguna parte».
González reconoce que en los acuerdos se detectan grandes  contradicciones. Por ejemplo, es extraño que las negociaciones fueran  más fáciles en Madrid, con el PP tanto en el ayuntamiento como en la  comunidad, que en Cataluña con el gobierno tripartito de PSC-ERC-ICV.  «Los partidos políticos no están dispuestos a dar vía a la autogestión. Y  los partidos de izquierda, además, consideran al movimiento okupa como  un competidor, de cara a sus bases sociales, y no le quieren dar más  espacio.» Precisamente uno de los debates de actualidad en el seno del  movimiento es la relación con las administraciones públicas. «No las  necesitamos», dice Asier. «Hemos demostrado que somos capaces de  autogestionarnos.» Ibai destaca la importancia de la necesidad de actuar  críticamente: «Creo que las relaciones con las instituciones deben ser  de confrontación, siempre y en todos los ámbitos. Las subvenciones, al  cabo, son una forma de control.» Gisèle declara que «eso crea grietas en  el sistema: ser dueños de nosotros mismos y que la creación esté por  encima del dinero». Además, la práctica les ha demostrado que las  relaciones con las administraciones son «imposibles». Asier recuerda lo  ocurrido con Kukutza: «nos reunimos con el Ayuntamiento, recogimos  firmas, propusimos soluciones y no sirvió para nada; se burlaron de  nosotros; nos engañaron».
El sábado, la reivindicación a la calle
La desaparición del 
gaztetxe   de Errekalde ha dejado  «huérfano» al movimiento okupa. Era un «punto de referencia», dice  Gisèle, porque era un edificio muy grande, se hacía de todo. «Eso  implicó un trabajo en el modo de organización, que acaso no se haga en  otros 
gaztetxe porque el espacio no lo exige.» Pero ha dejado  otra pérdida, más evidente: «el propio espacio ya no está y quienes  estaban allí tienen problemas para proseguir sus actividades». 7katu  también se ha convertido en punto de referencia: «simbólico, porque nos  han echado cuatro veces y lo hemos ocupado cinco». A partir del jueves,  celebrarán el quinto aniversario y, el sábado, realizarán una  manifestación en Bilbao. Para decir que, después del derribo de Kukutza,  siguen con ganas. Para proclamar que la okupación es un movimiento  social. Pero Asier va más allá: «La vivienda es básica, necesaria, y la  están utilizando, están jugando con los sentimientos de la gente. El  modelo del ladrillo es insostenible, además de económicamente, también  por los valores que trae consigo. La okupación puede ser una salida,  pero, para mí, también es un modo de vida. Yo vivo ocupando, en una casa  ocupada. A veces lo que es difícil también es bonito.»
Fuente: 
Berria, 25 de enero de 2012 
 
http://paperekoa.berria.info/harian/2012-01-25/020/001/delitua_ala_eskubidea.htm
Traducido para Rebelión por Ramon Bofarull